De cristal, de plástico, acompañando al vinagre o con ñoras y ajos en su interior; con contenido translúcido, pálido o casi opaco; de mayor o menor calidad; de adorno, para el aperitivo, para el aliño. En todas sus múltiples facetas, la aceitera siempre se presenta compartiendo la mesa junto al resto de cubiertos y menaje.
Tal vez, ante esa maraña de cuasi infinitas posibilidades, nadie se percató de su etiqueta. A nadie le incomodó su ausencia. Ninguno de los comensales se llegó a plantear el origen o tipo de aceite. No hubo quejas ante el camarero de turno para que le especificara con qué botella había rellenado esa aceitera, aunque no por ello se dejara de identificar, entre los paladares más entrenados, la calidad o no del líquido.
No había quejas, o eso parecía a la luz de una nueva medida impuesta por Bruselas: eliminar la aceitera rellenable y sin identificación en los establecimientos públicos. Pertenece a un paquete de medidas que la Unión Europea a puesto en marcha para luchar contra la actividad fraudulenta en torno al aceite de oliva. La razón de la iniciativa puede tener un origen más que loable, pero no por ello deja de soltar un cierto aroma a rancio, y no por el aceite precisamente.
La necesidad de sustituir las aceiteras por botellas más pequeñas etiquetadas o, lo que es peor, por monodosis, por un lado hace incrementar los costes del producto, al no ser a granel. Por otro, ya hablando de costes medioambientales, supone un aumento de los residuos por el embalaje necesario de un solo uso (eso sí, algún fabricante verá ahora el oro líquido como una fuente de oro para su negocio).
Hay quien podría aplaudir la medida, alegando que está al mismo nivel que la exigencia de descorchar el vino en la mesa. Pero aprovechando la iniciativa se debería ir más allá y exigir que se sirvan las viandas envasadas al vacío, etiquetadas, para que el cliente sepa la procedencia, ¿no?.
No deja de ser una norma innecesaria, pues lo que debe existir son normas de calidad durante la producción, etiquetado y venta del aceite de oliva. También en la hostelería para ofrecer un aceite de oliva con una calidad mínima, así como la posibilidad - por parte del cliente, ya que parece que hay interés por saberlo- de que se pueda preguntar la marca o el origen del aceite de oliva de la aceitera del restaurante de turno.
A partir de ahora toca deslumbrarse u horrorizarse al leer la etiqueta de la botella de aceite que le pongan en la mesa, sin saber a veces si ésta es nueva, o como las aceiteras actuales, se ha vuelto a rellenar.
Pero queda aún una esperanza: seguir disfrutando de la aceitera en el hogar, sobre todo de la tensión que produce mantener el pulso necesario para gestionar su paso del bidón al cristal.
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