En la cultura española hay varios expresiones que hacen alusión al hecho de comer a través de otros sentidos, una especie de sinestesia que alude siempre a la vista: comer con los ojos, llenarse el papo antes que el ojo. Y es que los ojos también comen, y ni qué decir de quienes fotografían alimentos. Ésos también comen.
Dicen que es fácil fotografiar comida, dando como resultado una vianda que jamás querríamos probar. Pero cuando se consigue, la imagen obtenida puede llegar a resultar suculenta, despertando el hambre de aquellos que osen mirarlas.
Cómo no hacerlo si durante la sesión fotográfica, los aromas se acentúan cuando los focos inciden sobre los modelos, que permanecen estoicos, sin más movimiento que el que el fotógrafo aplica sobre ellos, zarandeando hojas de rúcula, mareando el vino que intenta no salirse de una copa o situando una paciente lata de sardinas en posiciones imposibles.
Todo ello, bajo las sugerencias de un experto fotógrafo y cocinero como lo es Sacha Hormaechea, en en una productiva clase del Curso de Periodismo Gastronómico y Nutricional.
Pero todo tiene su recompensa, no para los modelos, pero sí para los fotógrafos, que tras una hora salivando, y trantando de mantener los jugos gástrico a raya, no tuvimos más remedio que degustarlos, con más hambre que atención gastronómica, por la hora que ya rozaba la de la cena.
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